Voluntad
Una relojería, a salvo del tiempo. Ernesto, la valentía y la voluntad. Cómo crear un helado con palabras. Un encuentro en Roma.
A la vuelta de La Fuerza hay una relojería, que atiende un señor que debe tener unos 70 años. Pasé mil veces por ahí sin prestarle atención hasta que un día se le rompió a Vicente la correa del reloj que tiene, recordé que existía y pasé a ver si se la cambiaban.
Adentro hay decenas de relojes como los de la foto, de hecho la foto es de ahí. Va muy poca gente asi que la que va siempre es interesante a qué va. El otro día me encontré a una señora que tendría algunos años más que el relojero, comprándose una cadenita brillante. Le pedía a él que se la abroche porque no podía hacerlo sola. Le pregunté si tenía alguna salida y me dijo que ese día quería algo lindo para ella.
Si buscas en google en un radio amplio de cuadras no aparece ningún otro lugar que arregle relojes, quedó como una isla en el medio de un pedazo de ciudad que no se ocupa de eso.
Me gusta vivir en Buenos Aires porque hay muchos lugares así. Porque todo el tiempo ves el tiempo, con lo que se lleva y lo que deja en el camino. Ver capas de la historia, pensar lo que sobrevive, lo que aún es útil, lo que es obsoleto pero aún y a veces necesitamos.
Ernesto tiene como 85 años, es el marido de mi mamá desde hace un montón de tiempo. Hace poco supe que ya estuvo bastantes más años con él que con mi papá, con quien me tuvo a mí y a mis 3 hermanas. Se fue a vivir con mi mamá poco después de que yo partiera a un viaje largo tras el que nunca más volví a vivir a la que fue mi casa familiar en Tigre.
Es una de las personas más inteligentes que conocí pero lo que más admiro de él es su voluntad para hacer cosas. La voluntad parece ser un bien escaso hoy, o resbaloso, difícil de asir. O no la voluntad pero sí lo que le aportaría energía para hacerla posible. El ejemplo más boludo que me dio es el mejor: se propuse hace un montón de años levantarse de sentado sin usar las manos. Aún lo hace.
A la vuelta del Delta fue manejando la lancha como hace cuando vamos, o cuando viaja solo. Es valiente, me dijo refiriéndose a Aurora que había agarrrado el volante para manejar la lancha, con una sonrisa y admiración, festejándola. Y ahí encontré algo, el vínculo entre voluntad y valentía. Que a veces hacer algo por arrojo, hace que no sea falta pensar qué lo motiva.
(Recién, mientras escribía esto, Aurora hacía piruetas que viene aprendiendo en gimnasia. Mariana, mi cuñada, me decía que ella siempre quiso hacerlo pero no pudo porque siempre tuvo miedo. Y Aurora me dijo algo: el miedo es lo que te quita la fuerza)
El fin de semana que estuvimos en el Delta compramos unos sifones de soda Manaos, que son los que vendía la lancha almacén. Al final del viaje los chicos me dijeron que habían inventado un trago: Limanaos, que tenía limón, azúcar y soda Manaos. No lo probé, pero los felicité por el nombre.
A la vuelta del viaje en su primer día de vacaciones de primavera fuimos a la fábrica de helado de Occo. Conocí a Franco, su dueño. Su heladería empezó en el pequeño local de Dorrego y la conocí por estar cerca del bar. Fui varias veces, un par con Aurora. En una ella eligió crema arcoiris, que era crema del cielo con chispas de colores. Un hallazgo poético.
Los chicos ya sabían que íbamos a ir a la fábrica y se pusieron a pensar gustos de helados. Esa mañana se despertaron con ideas y tuvimos discusiones: ¿tiene sentido hacer un helado de dona o la respuesta posible sería que para eso me como una dona? ¿Es mejor buscar replicar o buscar crear algo diferente, con una referencia propia?
¿Podíamos pensar un gusto a partir de una idea, un nombre divertido, un sentimiento, un chiste? Lo del helado era lo de menos, fue divertido pensar en las palabras, en lo que puede significar nombrar algo, en el uso y poder de las palabras, en como podemos hacer cosas con los que decimos. Esa forma de la voluntad.
Conocí a Fabian Casas por uno de sus libros, que me compró mi hermana María en Belleza y Felicidad. El lugar estaba en una esquina muy cerca de donde está Roma. Creo que era El salmón, era chiquito y cuadrado, lo leí y presté hasta que lo regalé o perdí. Yo buscaba escribir poesía y leerlo me hizo ver que podía escribir de otra manera y me puse a intentar copiarlo. Eso lo se ahora, en ese momento no lo tenía claro.
Por suerte nunca le puse tanta voluntad a eso como para pensar que era lo que quería hacer y fui haciendo otras cosas hasta terminar haciendo las que hago ahora. Conocerlo en persona fue bastante después, en una redacción a la que iba a llevar facturas por notas que escribía, después en su casa, luego ya no recuerdo donde. Le presté mi libro de viajes cuando era un proyecto casi terminado y me escribió la contratapa, y nos seguimos viendo, muy poco.
Hablamos de él y sus libros con Willy, cuando él empezó a escribir poemas y nos compartimos textos. Willy se anotó en su taller, y hace poco, hablamos de vernos un día los 3. Ya escribí de esto por encontrármelo en la calle y el otro día nos juntamos en Roma, hilvanando un ojal más en esas historias que son un collar que solo me importa a mí.
Todo esto, los 3 parrafos anteriores a estas palabras, es solo un cuentito para llegar a lo que quería decir:
Lo lindo de ese día había empezado con mis hijos, hablando de ponerle nombre a las cosas, de crear un gusto de helado, de lo maravilloso que podía ser un colectivo que pasaba por la esquina de casa en Recoleta y encontrábamos en Villa Martelli (el 67), a la vuelta de la fábrica de Occo. De por qué eso era maravilloso para mí, de como que algo te lleve lejos, sea público y accesible era un hallazgo.
En el medio la amansadora cotidiana había pasado por temas de guita, conflictos, quilombos varios, el laburo y la vida, la vida en el laburo en ese juego de sombras que a veces oscurece y siempre nubla. Que termine así sirvió para iluminar también como había empezado, como un juego de espejos entre como empezar y como terminar, que bueno, después en el medio pueden pasar un montón de cosas. Lo importante de abrir y cerrar bien.
De las charlas que dan sentido, el lugar donde ponemos el cuerpo y las palabras, las palabras donde ponemos la voluntad y la voluntad por encontrar lugares, personas, ese tiempo en que nos encontramos.
Gracias por leer.