El tipo que estaba sentado al lado mío tenía una remera con una imagen de Clint Eastwood de alguna de las películas que hizo con Leone. Él tipo es músico, y le pregunté si conocía la historia de cómo nació una de las canciones de spaghetti western que se hicieron famosas con esas películas. Es la que empieza con un aullido. le conté que había sido a partir de un pájaro que apareció en una toma, y que Morricone tomó eso, lo repitió, lo hizo música y quedó ese ícono que uno puede hasta repetir, casi en un tarareo. Me dijo que no conocía eso, le dije que iba a buscar el documental y desde ese día de verano cada tanto lo busco y no lo encuentro. Y vuelvo a buscarlo y cada vez que googleo me encuentro con mil cosas que no son eso. Y recuerdo que eran unos extras de un dvd que alquilé en un videoclub de Almagro cuando ya estaban desapareciendo los videoclubes. Y que estaba a unas cuadras del consultorio de mi psicoanalista y que iba a ese porque era de los videoclubes que tenían cosas que otros no tenían. Y que iba dos veces por semana ahí y que ese videoclub te daba 48 horas para devolver entonces era el tiempo justo para sacar películas un día y devolver cuando volví a los 2 días y que un día pasó el tiempo a 48 hs y no me llevé más películas porque tenía que pagar recargo y no podía, o no quise más. Me acordé que no tenía reloj ni teléfono en ese tiempo entonces calculaba el tiempo desde que salía de mi departamento para llegar justo a tiempo a sesión y para confirmar daba la vuelta manzana y confirmaba el horario espiando el reloj de un estacionamiento. El tiempo para llegar era una caminata de casi 1 hora. Me acordé todo esto pero no cuál era el dvd donde estaban esos extras y la memoria de google me manda siempre a videos alrededor de la muerte de Morricone y no a ese documental donde alguien explica como compuso eso que recuerdo todo el tiempo, ese ta ta ta taaan auuuu. Esa música con que empieza la película que termina en un duelo, como terminan muchos western. Un duelo. La memoria, el duelo.
Escribir es buscar sentido. Muchas veces, como en la foto, escribo las cosas que pienso en papelitos y busco si hay un hilo que va hilvanando todo. Papelitos o listas de ideas, palabras sueltas. Al menos este ejercicio es así, empiezo con una idea y la voy contando buscando que me lleve a algún lado, abrochar algún sentido. La palabra abrochar junto a sentido creo que es algo que me quedó del paso por la facultad. No recuerdo si de Psicología o de Puan. La debo haber usado en alguna entrega, en una monografía. A veces me gustaría volver a leer alguno de esos trabajos pero están en la memoria perdida en computadoras o papeles que imprimí y terminé tirando. Freud, Borges, los formalistas rusos, la película Underground con la que me fasciné y tomé como tema para el trabajo para Psicoanalisis I, Saer, Piaget. Las pelotudeces que debo haber escrito intentando encontrar sentido. Muchos años buscándolo. La idea de abrochar algo es optimista, siempre es algo fugaz el encontrar el sentido de algo, en creer que algo es. Es una linda sensación.
En Puan me hice amigo de Estanislao Sofia. Descubrimos que nacimos con 5 días de diferencia y que habíamos cursado psicología juntos. También que en todos esos años no nos habíamos conocido. Él terminó, yo no. El otro día nos reencontramos después de un último encuentro de unas horas en un viaje mío y hablamos de la facultad. Yo fui con Vicente y Aurora y yiramos de Roma a La Fuerza. Me contó que le gustaría volver a cursar a Puan alguna materia y que volvió un día a uno de los kioscos y se pidió una medialuna gigante de jamón y queso con el café de mierda que hacen ahí. A veces las cosas que hacen recordar un lugar que amás y al que querés volver son esas. Como la punta imantada de un hilo en el que está todo. Al otro día me mandó fotos de Vicente y Aurora y me dijo que con chicos así dan ganas de ser padre.
Ganas. La misma palabra que leo y escucho en una presentación para un proyecto. La pone ahí la persona que armó la presentación. Hacer algo porque tenés ganas. La charla es sobre que puede parecer banal, pero también hay un hilo que se tensa en el deseo. Algo muy profundo, que algo que parece una pavada está definido por un deseo que es como un hilo que te recorre entero y que ahí ese hilo se tensa. Como muchas veces que quiero explicar algo cuento una anécdota: con mis hermanas vivíamos en Tigre, a dos cuadras del río. Cuando contabas esto la gente pensaba que teníamos barco, lancha, que salíamos a andar por el rio. Pero no, no teníamos ni casa en el delta ni lancha ni nada. No se si eso fue parte de la charla pero decidimos comprar una canoa. En Rincon de Milberg había (aún está) un lugar que vendía. Creo que fuimos en bicicleta. Creo que fuimos mi hermana María y yo. La compramos. Para llevarla necesitamos un carro sobre el que la subíamos y un candado para dejar el carro atado al la orilla del rio en el paseo costero. María le puso el nombre y se lo pintó: Ganas. Cuando le preguntamos por qué dijo que era porque la compramos porque teníamos ganas. Las ganas son un gran ordenador. Dicen un montón.
El genero del Western es maravilloso, vi bastantes películas y en un momento me fasciné con Leone. En Erase una vez en el Oeste hay un inicio que dura como media hora en la que nadie habla. Son tres tipos con tapados largos que llegan a una estación y vas descubriendo que vienen a a buscar a alguien que llega en el tren. Todo ese momento está contado con el silencio de los tipos y los ruidos del lugar. Ni una palabra. El protagonista no tiene nombre. Todo el tiempo lo nombran como Harmonica. La película explica por qué. El porque del nombre. En otro documental que seguro tampoco voy a encontrar cuenta que cuando Leone filmó Erase una vez en América su amigo de la infancia Ennio Morricone compuso la música hasta en el set, y que hacía que los actores se movieran siguiendo el tiempo de la música. Es un recuerdo, así que puede no ser exactamente así, pero siempre me pareció algo muy bello: que lo que se diga venga después de muchas cosas, de como te movés en un lugar, de lo que suena alrededor, del tiempo y del espacio.
En mi facebook quedan un montón de cosas que escribí. No se cuando apareció Facebook pero debo haber entrado al principio y vi como pasaba de ser un lugar para ver lo que pasaba en el momento, esa sensación voluptuosa de compartir sin estar en el mismo lugar, y como se transformó en un lugar donde se ibas acumulando las cosas que pasaban y uno compartía. Al final pasó a ser un lugar más donde juntar cosas. Al menos cuando lo dejé ya era eso o ya no lo entendía. Cuando ya era eso fue un diario en el que escribí muchas cosas que hice. Cosas que me pasaron. Cosas que decidí contar. Hace mucho que no escribo más nada ahí pero de lo último que escribí volví a leer lo que compartí cuando nació Vicente:
El 29 de este mes a las 21:36, con un peso de 3,784 y 51 cm nació Vicente. Caro Martinenghi bailó, caminó y trabajó hasta el último día pero el torito se negaba a salir y llegó casi a la semana 41. Esta es la información que suelen preguntar a los padres, la misma que uno ha preguntado muchas veces. También hay que decir que la madre está muy bien, que ya nuestras noches tienen poco sueño y que al niño le gusta estar despierto de noche, lo usual según dicen. La primera noche mientras lo tenía en brazos él empezó a hacer un ruido agudo, como el que a veces hacen los muebles cuando uno los mueve sobre ciertos pisos. En ese momento recordé algo que leí hace unos días de Fabian Casas sobre su padre. Él se preguntaba "qué muebles se movieron en su interior" cuando decidió "bajarle la persiana a su vocación". El texto hablaba del piloto alemán que se tiró con el avión entero contra los alpes, de El adversario, de los juicios, de ser padre. Para mí solo era esa imagen, la de los muebles que se acomodan dentro de uno, el recuerdo de años de vivir solo en el que cada tanto cambiaba los muebles buscando que la vida también cambie, de tirar viejos y comprar nuevos, de juntar otros viejos y abandonar hasta los que parecían nuevos. Cuando todavía estaba pensando en los muebles en mi interior mi viejo respondió a una foto en la que yo estaba con Vicente en brazos con cuatro palabras: la felicidad se transmite. Difícil igual transmitir la felicidad y emoción que tengo, será sí una tarea para el resto de mi vida. El vínculo con el texto de Casas y la anécdota son míos, también el hogar íntimo en que se movieron todos los muebles de lugar para siempre. El resto, es decir la vida toda, ahora es un amor enorme en el que somos tres.
El texto tiene más de 6 años y había olvidado las palabras de mi padre: la felicidad se transmite. En ese momento, el texto lo dice, pensaba en como transmitir al que leía, mi felicidad. Mi papá ya estaba enfermo, lo supe cuando Vicente tenía 5 meses y aún estaba en la panza de Caro, y sabía que todo era parte de una despedida. Felicidad en medio del miedo, de la incertidumbre. Ser padre mientras despedía al mío. La idea de transmitir felicidad era como un faro para saber donde ir. Desde ese día lo que más tuve presente fue transmitir felicidad a Vicente.
En lo que escribo acá también busco en la deriva encontrar algo y a veces sucede. Una sensación que escribiendo aparece algo que me hace parar y sentir que ahí está. Ahí hay algo. Como cuando acá, tras escribir algo acá fui a poner el subtítulo, había visto esta foto que puse otro día y me apareció la idea de La felicidad como testigo. Y volví acá porque había algo más sobre eso. Arkaham como el testigo de muchos años de mi vida en que viví solo. En eso que se pasan en las carreras de relevos, en que es a la vez ver y ser parte de algo y también transmitir, pasar a otro. Decir, poner en palabras, es eso. Por eso también es difícil hablar, difícil decir. Porque ahí sabes más de lo que querés. Muchas veces me dijeron que soy mejor escribiendo que diciendo. “Cómo alguien que escribe así le cuesta tanto hablar”. Ahí soy como la escena de la película de Leone, yo callado, esperando que los ruidos y el silencio cuente lo que está pasando.
El primer lugar donde viví en Buenos Aires fue el departamento de mi papá. Cuando conseguí mi primer trabajo, un par de meses fueron 2, convencí a mi primo Javier a irnos a vivir juntos. Él convenció a Nazareno y terminamos los 3 en una oficina de más de 150 metros cuadrados transformada en departamento en Tucumán entre Suipacha y Pellegrini. Cuando todavía el departamento no estaba ni armado le pedí a mi mamá que si sabía de algún gato bebe me avisará, ella aún tenía la veterinaria y muchas veces le ofrecían. Así llegó Arkaham, con solo 30 días. El nombre se lo pusieron mis compañeros de departamento, fanáticos de Batman. Algo que ellos eligieron y para mi era ajeno, terminó siendo parte de mi vida. De explicarlo, de cargarlo, de llamarlo. Vivió hasta poco tiempo después que nació Vicente y pasó antes por varios lugares: del microcentro a Coghlan, de Coghlan a Saavedra al departamento de mi papá, de ahí a un monoambiente en la calla Arévalo luego unas cuadras hasta el PH sobre Bonpland y terminó su viaje en Recoleta.
A Caro no le gustaban los gatos, pero él sí. Se subía a su panza cuando Vicente estaba dentro. Cuando murió yo lo tenía alzado. Carolina estaba en su cama y le fui a decir, y lloró, y lloramos. En ese momento me di cuenta que en Buenos Aires es difícil qué hacer con un animal que murió. Antes de vivir en ciudad siempre estuve en casas con patio o jardín y ahí iban los animales. En la ciudad eso no existe, está prohibido enterrar animales en lugares públicos y también tirarlos en los containers de basura. Al final encontramos un servicio de cremación que funcionaba en algún vacío legal, retiraba el animal y te devolvía las cenizas. Es muy raro el momento en que algo muere y pasa a ser un cuerpo. Su peso, la manera en que hay que sostenerlo, donde guardarlo. Qué sentís cuando lo llevas dentro de una bolsa. Recuerdo bajar por el ascensor, dárselo a una persona, tratar de sentir que eso era parte de una despedida. Unos días después volvió en una urna con una chapita clavada. Esa urna está en el balcón y cada tanto la movemos. Hace poco en la casa de mi hermana Carmen me tiré en un sillón, su gata se me puso en el pecho y Aurora vino a decirme que quería eso. Yo recordé el calor de un animal ahí. Algo que había olvidado, que había tirado al fondo de la memoria. Quise que la gata se ponga sobre Aurora pero al ser chica lo evitaba, como si no poder desplegarse al no tener una superficie grande lo hacía ponerse tensa y no desparramarse entera sobre el cuerpo. Le quise explicar eso a Aurora, por qué no pasaba lo que ella quería. Hubiera querido contarle todo lo que recordé cuando volví a tener un gato encima de mi pecho y ahí estaba Arkham, él y yo, los dos solos, mucho tiempo. Y después estaba Vicente, y ella, y el calor, y la sensación de algo que un día está y después no está más.
No tengo muchas fotos de Arkham, de cuando era bebe creo que ninguna o tal vez alguna guarde Javier. Escribiendo sobre él acá volví al blog y encontré esta con unas palabras que ni recordaba haber escrito.
los ojos no dicen nada,
porque los ojos nunca dicen nada
anuncian sí, como un cartel de neón. También
esconden, espantan, expiran, quizás
en este caso. Cuando te pasaron ese ojo húmedo por el vientre
la película dijo lo que quizás también diga de mí
el hígado esta manchado, algo intoxicado,
con una forma rara en una de sus partes, latiendo.
Es la primera vez que sé esto de estar con jeringas descartables
antibióticos en la heladera y una foto de tu interior, en negro y blanco.
Una foto y la película instantánea.
Lo que no mostraba la ecografía
era la parte del tiempo, todas tus camas
y las mías. Las mañanas de repente salvajes,
las bolsas de alimento y sus peces de colores
la oda pasada y titulada con tu nombre
la persona que amo esa oda.
Mi amor cuando olvidó a esa persona.
Tu fama de testigo, creció con vos, trepando a los vestidos de flores
A la misma seda que a mi me gustaba,
a tus amantes, a espaldas de mis noches troqueladas
en un feo cubrecama. Lo que sí mostraba la película
es la forma del tiempo, el futuro en blanco y negro
el doble, el cansancio,
los restos de la vida en la otra vida
la basura del amor
la sangre y el motor
lo que mueve el corazón,
aunque ya no quiera nada.
Cuando empecé a escribir esto pensé que iba a encontrar la canción que buscaba pero nunca la encontré. A partir de ahí la deriva fue de la memoria a Puan, de la medialuna a las ganas, del Western al duelo, de mi papá a la felicidad, de un gato a la despedida. Cuando le conté a Estanislao que había vuelto a escribir me preguntó cómo era, si tenía algún formato. Le podría poner esta deriva como ejemplo.