Tirar
Tirando cosas al lugar donde no se ven. Bebote en mi memoria. Quién quiere quedarse en La Realidad. La fábula del cisne.
El otro día fui a ver lo que quedó de Burgio, la pizzería clásica de Belgrano. Me invitó Gonzalo, un joven que tiene otra pizzería, viene de familia gastronómica y se animó a tomar este lugar para reabrirlo.
Es extraño ver un local vació, como cuando uno se muda y vacía un departamento o una casa. Me mudé varias veces, 1 vez de un lugar donde había vivido solo a otro en el que iba a vivir solo. Cuando leo que mudarse es una de las situaciones más cansadoras o estresantes pienso que debe ser por tener que ver cada cosa con la que uno vive. Que cada cosa pase por tus manos y uno tenga que elegir guardar para mover o tirar.
Mientras recorríamos el local vacío le preguntaba a Gonzalo qué era lo que había quedado, qué había encontrado. Era poco, un mostrador, una campana inservible, los azulejitos en la pared, unas máquinas muy viejas. Nos sentamos y fuimos descubriendo otras cosas, como que en unos vidrios que están sobre el frente podes escribir justo Pizzeria Burgio poniendo 1 letra en cada uno.
Me contó que el cartel de neón lo encontró tirado en el techo y que supo que en cuanto se rompió lo tiraron ahí y en el frente quedó un cartel de Coca Cola. Le pedí subir para verlo y ahí estaba, roto y olvidado. Esperando que alguien lo tire a un lugar más lejano, más cerca del olvido.
“También encontré muchísimos moldes de los de las pizzas, sobre el piso de los hornos”, me contó Gonzalo. Y me mostró cómo desde el lugar de trabajo frente a los fuegos cuando encontraban que estaban rotos los tiraban a ese techo. Como si al estar en un lugar que no se ve desaparecieran.
Hablamos de varias cosas pero me quedé en la cabeza con eso, dos tipos frente a los hornos revoleando lo roto a un lugar donde no se ve. ¿No sirve más? chau, con no verte alcanza. Y ahí estaban, hierro negro, quemado y roto amontonándose hasta que alguien necesite ver todo lo que hay para ver que tirar y que guardar. Porque esa es la tarea, y esas son siempre personas importantes.
Creo que 2 veces por año hago orden en los lugares de la casa donde concentro mis cosas. Hace un tiempo elegí dos cajones de la cama, una parte del placard de la habitación, la mesa de luz y tres cajones del escritorio que tenemos en el living. Saqué todo lo que había y miré cosa por cosa para decidir qué guardar y qué descartar.
Cada vez que hago eso me pasan tres cosas: encuentro lo que entiendo por que guardé, encuentro cosas que no se por qué guardé y otras que recuerdo por qué guardé: por no poder decidir. Debo haber tirado un tercio de lo que tenía, y en varias cosas que decidí llevar a la basura sentí que realmente estaba tirando algo. No que era basura, que estaba tirando algo que aún era lo que fue para mí. No había terminado de convertirse en una de esas cosas que uno sabe que no quiere ni le sirven para nada.
Entre los papeles que tiré encontré la boleta de un hotel al que fui hace como 25 años. Una factura donde el monto se había puesto en birome. El hotel se llamaba La Realidad. Me pareció un gran nombre, creo que por eso lo guardé. ¿Quien quiere viajar para quedarse unos días en La Realidad?
Me hizo pensar también en esa frontera, en esa sensación, en cuando algo se transforma en basura, cuando uno hace de algo basura. Y las cosas por las que algo uno conserva buscando salvar del olvido. Ahí hay un montón de saber.
Cuando me crucé con ese camión le saqué esta foto y se la compartí a un hincha de Independiente con el que trabajo y cada vez que tenemos un meet empezamos hablando de fútbol. Lo que recuerdo de Bebote Alvarez es que es un barrabrava de Independiente que tomó fama cuando el presidente era Javier Cantero.
Ese tipo de información tengo en la cabeza. Un montón de cosas que no se por qué retengo, porque de poder elegir elegiría que no ocupen lugar, que pasen a ser basura. Hay muchas cosas que querría recordar y no puedo, desde nombres de gente que me cruzo casi a cotidiano hasta momentos de mi vida que creo importantes. Y ahí está Javier Cantero, un quilombo con la barra, notas indignadas en portales, políticos hablando de eso.
Pensé también en ese nombre ahí, pasando del título de Infobae o cualquier otro medio sobre un quilombo al lomo de la caja de un camión. También en como un nombre va siendo otro según donde esté. Bebote en Infoabe, Bebote en un camión, Bebote en mi memoria.
¿Por qué bebote? Lo busco en google de la manera que me enseño mi primo Javier a buscar en Google: de la manera exacta como uno se hace la pregunta. En este caso: por que le dicen bebote a bebote alvarez. Hay una respuesta.
Ahora además de Bebote, la barra y Javier Cantero queda también esta foto, lo que dice de mí caminar mirando, buscando y sacando el teléfono para hacer fotos de cosas cuando algo me llama la atención, el compartir la foto con alguien, hablar de futbol como hablaba con amigos de independiente todos los días cada día del secundario, el googlear para saber, mi primo Javier enseñándome la pelotudez que hay atrás de algo muy útil y un sin fin de cosas que están unidas por un hilo de oro en la memoria.
Y escribirlo, acá. Para ver si hay algo más ahí.
Entre las cosas que encontramos en Roma y tenían algún valor estaba el cisne. No porque en sí la pieza tenga un valor por el material con que estaba hecho, estaba muy deterioriado, debe haber cientos de estos cisnes que quedaron de cuando era algo común en las barras. Pero los que conocieron Roma recuerdan el cisne. Aparece en las fotos viejas y es lindo. Objetivamente lindo.
Lo limpiamos, lo restauramos y le encontramos un lugar en la barra de estaño. Para eso usamos también una parte de bronce que rescatamos de un mueble de chopp al hielo del que la madera se había destruido y solo se conservaba la parte de bronce. Entre la barra de estaño y lo que quedó del mueble desde el que se servía chopp al hielo se armó algo y ahí pusimos el cisne.
El otro día llegué a Roma y el cisne no estaba y en su lugar había un dispositivo para servir agua. Agua fría, filtrada y con opción con o sin gas. Me dio tristeza y le pregunté a Julian, mi amigo y socio porque se había sacado el cisne. Me dijo que en el lugar donde estaba era el único en que podíamos conectar el otro aparato para tener agua. Un argumento atado a la realidad, los más difíciles de escuchar.
Cuando le iba a contar mi tristeza me dijo que al cisne le íbamos a encontrar un lugar mucho mejor, para que se luzca más. Es decir, que se vea más y mejor. No para los que ya lo vieron, sino para todos los que lo van a ver desde ahora. Me sacó un poco la tristeza y me hizo pensar que está bien que las cosas tengan movimiento. Y que uno sea el que elija que se muevan. A los cajones, a la memoria, al olvido y a la basura. Como si se pudiera. Porque a veces se puede.