Roma
Lo que queda cuando vacías un lugar. Recordar, construir y escribir. Las fotos y el futuro de la historia.
Roma es un bar que está en la esquina de San Luis y Anchorena. No se si lo vi alguna vez antes, pero entré por primera vez en el otoño del 2019. Estaba vació y andaban por ahí los que, luego supe, eran Jesús y Laudino. Todo estaba gastado, sucio, intacto. Un lugar en el que nada se había movido, solo había pasado el tiempo. Después supe más de Roma, que abrió en 1927 como bar, almacén y fiambrería, que hubo una pared que se tiró abajo, que Jesús y Laudino estaban ahí desde comienzos de los 50, que había tenido otros propietarios antes hasta un tal Rodríguez que firmó el libro de actas en la primera página un 17 de Agosto de 1927. Ese día que entré tomé un café, algo le pregunté a Jesús, miré todo, saqué algunas fotos y le escribí a Julián para contarle del bar. Creo que también subí como historia a la cuenta de La Fuerza una imagen de una pizarra de esas con letras blancas donde listaban las bebidas que alguna vez se sirvieron y hace mucho tiempo que ya no.
Meses después lo llamaron a Julián contándole que los dueños de Roma estaban buscando alguien que tome el bar y lo que era una anécdota pasó a ser el origen de la aventura de Roma. No la voy a contar acá, porque Roma fue un lugar donde escribí desde que cerramos el bar para que entrara en obra. Cuando bajamos la persiana colgamos un cartel sobre ella que decía: Roma no cierra, estamos construyendo el futuro de su historia. Yo escribí ese texto y en algún momento iba a poner estamos escribiendo el futuro de su historia pero me parecía algo que me decía a mí y no a cualquier persona que no pensara como yo. Escribir o construir.
Escribir sobre Roma fue un ejercicio durante más de un año. Soy yo el que escribe, no soy yo la voz, está lo que pienso, lo que siento, pero está dentro de algo que no es mío, o no solo mío, o del que soy parte, o del que hay una parte de mí.
Después de más de un año dejé de escribir los textos y ahora es Manuel, alguien con quien trabajo el que los escribe. Yo le comparto ideas y él las escribe. Las miro, corrijo algo, cambio y acepto. Explicando lo que quiero decir aprendí cosas que no sabía.
Hablamos mucho con Jesús, nos contó muchas anécdotas del bar, de los habitués, de los que llegaron a amigos, de gente vecina, de él también. Ese fue casi todo lo que encontramos de Roma. Laudino es parco y casi no cuenta nada. La primera parte de la obra fue vaciar el bar. Descartar lo irrecuperable, mandar heladeras viejas y las barras a arreglar, sacar basura. Cuando terminamos con eso el bar era un páramo, con las costillas de madera de los estantes de las botellas desnudas. Todo cubierto de polvo. Ese día sentí que Roma no era nada. Que eran recuerdos, que no tenía nada escrito más que lo poco que habíamos escrito, que ni las paredes, ni los muebles, ni los artefactos conservaban ni marcas de lo que pasó ahí. Que era una carcaza vacía, que lo que había sido estaba perdido y que nunca íbamos a saber realmente que era. Sentí angustia, vértigo también por el futuro, por qué hacer. Pensé para qué estaba en esto. Creí entender algo que no había pensado: lo diferente que es hacer algo nuevo, de cero, no pensar cualquier cosa desde lo que hay antes sino como algo flamante. Pensé que no se hacerlo, que pienso y escribo yendo a buscar restos, recuerdos, voces y traigo algo de eso acá. No mucho más que eso. Nada original.
Cuando empecé a escribir acá volví a los blogs que tuve. No recuerdo por qué empecé el primero, sí que el segundo fue para escribir de cine. El que tenía un propósito duró mucho menos que el otro. Los dos los terminé abandonando. Cada tanto los googleaba para ver si seguían ahí. Ahí están. El otro día encontré un texto sobre una película en la que escribo sobre la forma de ver películas en mi vida. Es largo, se puede leer acá. Lo que rescaté es que me hizo recordar situaciones de mi vida de una manera muy clara. El departamento en que vivía cuando escribía ese blog, cómo veía películas, qué películas veía, la importancia que tenía eso y en eso lo que era mi vida. Pero más allá de eso vi como algo que fue tan importante desapareció y casi lo olvidé por completo. Y que no había nada grave en eso. Como cuando vi Roma vació y en obra, sacas lo que lo llena y no queda nada.
Una vez una novia se fue de mi casa y lo hizo un día que yo me había ido. Me había ido a la mañana para volver, creo, a la tarde. Cuando volví se había llevado todo. Encontré una nota que decía: perdón, me fui. Creo que decía solo eso, al menos es lo que recuerdo. Durante un tiempo guardé el papel. Sí me acuerdo que empecé a recorrer el monoambiente buscando si se había olvidado algo y solo se había dejado un cepillo de dientes. Escribí algo sobre eso pensando en ella recorriendo minuciosamente el lugar para no olvidarse nada. Es una tarea ardua no olvidarse nada, no es tan difícil olvidar pero no depende del todo de la voluntad.
Muchos años después escribí esto en mi blog:
No como si estuviéramos perdidos o hubiéramos olvidado, no como si no existiera forma de atracción. Tampoco rotos en la articulación imperfecta que nos unía, no como si fuéramos imposibles, no exactos y precisos en la distancia, no separados por los gestos que intentamos. No en una marea que nos revuelca y esparce, tampoco en la espuma de los días, menos aún blindados en la noche. No transcriptos en el relato de los que nunca nos amaron, tampoco en el reverso del cariño de los que se fueron. No como si solo hubiera sido un error en algún momento, tampoco como si hubiera sido una fuga, una escalada, un raid a ciegas en el laberinto. No como si no fuera posible el encuentro, no como si nunca nos hubiéramos encontrado. Fue, esta vez, como si nos hubiéramos desmagnetizado.
Uno de los recuerdos de mi papá era escribir el domingo a la noche la agenda de toda la semana. Tal vez lo hacía todos los días, pero yo solo lo veía los domingos porque de lunes a viernes estaba viajando en el campo, recorriendo los destinos que había agendado. En algún momento entendí que escribir en la agenda servía para olvidar, al menos hasta el día siguiente. Cuando entendí y probé eso comencé a anotar todo lo que tenía que hacer antes de irme a dormir.
El otro día le dije a Vicente si me acompañaba a hacer algunas cosas. Desde que es chico cada salida le digo que es una aventura. Esta vez le conté algo de lo que íbamos a hacer que era poco: ir a buscar un regalo que tenía un amigo para él, buscar a Aurora, tomar un helado. Todo caminando y cerca de casa. Cuando salimos vi que en un papel había dibujado cada cosa y llevaba un lápiz en la mano. Cuando llegamos a buscar a su hermana tachó eso y dijo que ahora venía el helado. Lo había dibujado como un cucurucho. Vi en eso su primera lista de cosas por hacer, vi la mía de cada día, sobre papel blanco. Hace poco, no recuerdo donde, leí que la vida no es una lista de pendientes. Espero para Vicente sean más parte de la aventura que cosas a ir cumpliendo y tachando.
Una de las cosas que rescatamos de Roma es una heladera de madera maciza. De esas con manijas de hierro plateado y 6 puertas. La mandamos a una persona que las arreglaba en un taller de Avellaneda. Atendía en teléfono fijo y no tenía whatsapp. Cuando la devolvió y la entramos estaba Jesús y yo estaba con Vicente y Aurora. Jesús la miraba con atención. La abrimos y me dijo que hacía mucho que no la veía así. Y, recordando, dijo que la última vez que la habían limpiado había sido con su mujer. Ella falleció en un accidente hace varios años, algo que nos contó en una de las charlas cuando empezamos a armar Roma. Tengo una foto de ese día, está él, Nicolas, Aurora y Vicente. En la foto Jesús le agarra fuerte la mano a Vicente. La foto la saqué yo y cuando la vi pensé que ahí había algo que contar. Pensé también que podía ser una historia dolorosa. Pensé que no sabía tanto como para escribirla.
En todo esto que está abajo del título Roma, las fotos las saqué yo. Es algo que pensé que podía ser parte de este ejercicio de escribir, que hubiera fotos y que sean mías. Después lo olvidé y recién lo recuerdo. Que las fotos sean mías no agrega mucho al que lee, no dice nada más, o ahora que lo cuento tal vez sí, pero entonces ya es porque es parte del cuento. Esta, como casi todas las fotos que hago, las saqué para recordar y compartir. Hace poco Caro me dijo que cuando veo algo, cuando me pasa algo, siempre pienso en alguien. En contar, en compartir, en que me lo hizo presente. Hilo lo que pasa a personas, a momentos, a recuerdos. Cuando eso pasa y se lo cuento a esa persona, lo hago presente. Me gusta eso.
Recordar y compartir, construir y escribir. El futuro de una historia naciendo en la memoria. Roma es también eso, un lugar, un proyecto, una aventura para hacer presente.