Oir
Lo que se rompe y lo que siempre estuvo roto y nunca vamos a saber. La gente que quiere que las cosas funcionen y las que hacen que funcionen. Algunos momentos en fotos que nada que ver con esto.
“Los tenemos en oferta” fue la frase final que me dijo un empleado de un local de Motorola en el local GO003A del Shopping Abasto. Ahí terminó lo que voy a contar acá. En realidad el final no llegó y aún no se cuál será, pero sí fue como la cereza o la frutilla de una historia, o una anécdota.
(la foto que puse acá arriba no tiene nada que ver con esto que voy a contar y ninguna de las otras fotos lo tendrán pero elegí algunas imágenes que fui recolectando en estos días mientras esto que me pasó y cuento acá era como una anécdota que se iba perdiendo en el tiempo)
La historia o la anécdota empieza hace unos meses, no se cuánto pero el dato es importante y no lo sé. Es raro como pasa el tiempo este año. Se me rompió un teléfono que tenía y me habían traído de Estados Unidos y era marca Pixel. No hay nada para reparar un Pixel en Argentina. Googleando encontré un lugar en Villa Crespo, cerca de La Fuerza donde voy habitualmente a trabajar, que decía poder arreglarlo y cuando fui me dijeron que en ese momento no tenían el repuesto y que volviera otro día. Le pregunté si podía dejar un contacto o escribir a algún lugar para consultar y me dijeron que no, que volviera. Ofrecí pagar el repuesto antes, dejar una seña, hacer lo que sea necesario pero no aceptaron. Ahí terminaba todo.
La idea de poder ir físicamente a un lugar a arreglar algo es obsoleta, pero a mí me es útil porque en moverme a un lugar siento que algo en mi cuerpo y mi mente se pone en acción. Es decir, me sirve a mí, pero no tanto a la resolución del problema.
Para no quedarme sin teléfono salí a comprar otro y decidí buscar uno que sí tuviera repuestos acá. Fui a un local de Personal en Unicenter, el último lugar al que querría ir pero me habían comprado un regalo ahí y tenía que cambiarlo. Nací en San Fernando y me crié entre ahí y Tigre y ese shopping es como un totem, una iglesia, un centro de operaciones para la zona. Ya que iba a cambiar el regalo ahí pasaba por una tienda de Personal y compraba algún teléfono que tuvieran en promoción.
Me ofrecieron varios y elegí un Motorola, porque tenía buen precio y porque alguna vez tuve uno y me había funcionado muy bien. Hace poco lo vi porque Caro estaba ordenando cosas y encontró en un cajón varios teléfonos viejos que fui descartando. Me preguntó por qué los guardaba y no supe qué decir. Siento que pueden tener algo que podría recuperar. “Siento”, escribo, y me siento un tarado.
En el mismo trámite la que me atendió me dijo que podía estar pagando mucho menos y me fui con un descuento por un año en el abono. Eso que hacen un montón de empresas como parte de un espectáculo lastimoso que nos lleva a amenazar irnos para conseguir un beneficio que tienen medido y cuantificado. La responsabilidad es tuya por no reclamarles, aunque en verdad si todos reclamáramos tendrían que cambiar la lógica porque no funcionaría. Es decir, funciona a cambio de un montón de personas como yo que olvidan reclamar o deciden no hacerlo. Un montón de cosas funcionan como funcionan gracias a nosotros.
Ya con el teléfono nuevo busqué un local de Motorola para comprar algo que nunca había tenido: audífonos inalámbricos. Nunca me gustó usar audífonos, lo empecé a hacer al tener que tomar reuniones por meet o zoom. Tuve de adolescente un walkman pero nunca me enganché con lo de escuchar música por la calle. Tampoco me gusta usar anteojos negros. No se por qué pero creo que hay algo que une lo de no querer escuchar música con audífonos y usar anteojos negros. Algo con como me gusta estar por la calle cuando ando caminando.
Me llevé unos y los empecé a usar, para reuniones por meet pero más para escuchar música cuando salía a caminar. También para ver películas cuando tomaba algún vuelo en avión. No para hablar por teléfono. Los ubiqué en un uso puntual en el que encontré que se justificaban, algo aportaban y listo. Hace unos días Aurora los agarró, me preguntó que eran y cuando los volví a querer usar no andaban más. Ella no había hecho nada, pero en ese momento yo no lo sabía. Podía haber usado esa coincidencia para encontrar una explicación pero no la había.
Se conectaban, pero no se escuchaba nada. Debería ser un problema de los audífonos o del teléfono, probé todo y no encontré resolverlo. Lo hice varios días, cambiando cosas en el teléfono y no logré nada. Le mostré a Manuel que trabaja conmigo y tampoco encontró como resolverlo. Para agregar información los probó en su teléfono y sí andaban. Debería ser un tema de mi teléfono sí o sí. Cómo ultima opción decidí ir a un local oficial de Motorola.
Solo hay en shoppings así que agendé unas horas para pasar por el del Abasto, cerca de Roma. Fui caminando, sin escuchar música. Como más me gusta.
Entré al shopping en el momento exacto en que abrían las puertas. Caminé toda la planta baja donde en google decía que estaba en el local pero no estaba. Le pregunté a una persona de seguridad porque no hay donde preguntar algo y me dijo que estaba en el primer subsuelo. En todo el camino me sentí torpe, bruto, por no poder resolver un problema e ir al local oficial de la marca a desnudar mi ignorancia e incapacidad.
Ni bien entré al local se me acercó un pibe, me preguntó que necesitaba y le conté. Antes hice una pausa de unos segundos, buscando una forma simpática, graciosa de empezar a decir cómo me sentía de llegar hasta ahí para resolver algo que seguramente era una estupidez. Le dije que tenía unos audífonos y me frenó diciendo: y en un momento se dejó de escuchar. Sí, le dije. Y agregué: pero los probé en otro teléfono y andan, buscando afirmar que estaba seguro que la responsabilidad era mía. Sí, igual es un tema de los audífonos, me dijo. Están fallando, está pasando mucho y podes cambiarlos.
En ese momento pasé rápido el recorrido hasta acá para saber que no era yo, eran los audífonos. Siempre es tranquilizador descubrir el origen de la responsabilidad. Hay cosas que siempre estuvieron rotas y nunca lo supimos. Y nos hacen pensar que fuimos nosotros y un montón de cosas más que no son ciertas.
“Pero yo no los puedo cambiar”, me dijo el pibe y agregó que tenía que cambiarlos donde los había cambiado y solo si no habían pasado 6 meses. Me dijo que en dos modelos había fallas y por eso estaban cambiándolos a los que llegaban con el reclamo pero que tenía que ser donde se compraron por los stocks de cada lugar. Esas cosas que tienen todo el sentido del mundo para los burócratas de la eficiencia que hacen que algunas empresas brille en sus números.
Busqué como resumir la situación con el pibe luego de volver a tomarme unos segundos para pensar cómo poner una palabra después de la otra: entonces tienen audífonos con fallas, por eso están acepando cambiarlos, aún así solo lo hacen dentro de un tiempo que definen ustedes y solo puede ser en la sucursal donde uno lo compró aunque cualquiera de todas esas se suponga una red oficial de la marca. No era necesario que responda y no lo hizo. Me agregó que había un servicio técnico a 30 cuadras de ahí y que tal vez me lo cambiaban ahí. Pero no me lo podes asegurar y podría ir hasta ahí sin estar seguro si eso va a suceder, le dije. Sí, no puedo asegurártelo fue su respuesta.
¿Cuánto sale este que compré y no anda?, le pregunté. Me dijo algo de 40 y pico mil. Y ahí me dijo lo de que estaban en oferta. Y sí, le dije, porque fallan, tiene toda la lógica del mundo poner en oferta algo así. Y ahí entendí el círculo perfecto que estaba armado, desde el final, sin audífonos, sin música, sin poder resolver algo, volviendo a caminar con la atención despejada, teniendo que volver al lugar del inicio, caminando para sentir la descarga física de hacer algo con las cosas que no funcionan para mí, no para que funcionen, o que sí funcionan pero cómo y para quién, y que al final los tengo ahí, en la mesa de luz, y cuando los veo pienso si voy a no al Unicenter, si ya habrán pasado los 6 meses y pienso en todos los que habrá como yo a los que le dejaron de funcionar los audífonos. Debemos ser un montón, aunque muchos no lo sepan.
Gracias por leer.