Desde que empezamos con el proyecto de La Fuerza viajo a Mendoza varias veces por año. Siempre me quedo en una casa que está en la finca donde está la Bodega Santa Julia. Casi siempre nos juntamos a trabajar en un lugar que está donde se elabora el aceite de oliva. Entre la casa y ese lugar hay un camino que tiene algo más de 1 kilómetro. Caminamos ese kilómetro ida y vuelta varias veces. Un camino que está entre viñedos que van cambiando según el momento del año en que estemos. El otro día caminando pensaba que hay algo en que caminar 1 km para hacer cualquier cosa que es muy lindo. Que ayuda a pensar. Que hace bien. Estar siempre a 1 km de distancia de hacer algo y tener tiempo para ir acercándose. Moverse para hacer. Recorrer un lugar para pensar. También en los meses en que no podíamos salir de casa y que todo tenía que salir de un lugar cerrado, las ideas, cualquier voluntad de trabajo, las ganas. El otro día filmamos algo para La Fuerza, un video, con un teléfono, para contar un plato. Y le dije a la cocinera que para que sea más fácil hablar empiece con alguna acción, que llegue caminando, baje el plato y siguiendo esa acción diga lo que tenía que decir. Se lo mostré yo, haciéndolo. Me salió entero el texto, que era una estupidez de fácil, pero funciona en varios niveles. Ponerse en acción para decir, decir para saber.
Sebastián me muestra un video, van dos tractores, uno atado al otro y ambos van tirando de una especie de arado. Se nota que avanzan lento y hacen mucha fuerza. Pone el énfasis en la fuerza que se ve que hacen. Se nota, el motor de los tractores se esfuerza, hace un ruido ronco. Más tarde caminamos al lado del viñedo que está junto al camino que está entre los viñedos. Le señalo los tractores y le pregunto por el suelo, me dice que es más que nada de arcilla y que lo que hacen los tractores es abrir el suelo para que las raíces puedan hundirse.
En un newsletter que llega los domingos y yo leo cuando puedo leo sobre una serie que se llama Maridaje. Son varios capítulos donde el vino parece protagonista. No me gusta la idea de maridaje y le huyo. Pero el texto que lo cuenta es muy lindo, escrito por Cecilia Absatz, y me quedo con esta parte: “El productor Piero Incisa della Rocchetta, en Río Negro, explica a la sommelière que su tierra tiene una mancha mineral a metro y medio de profundidad: la raíz envuelve la piedra que tiene mucho material calcáreo y extrae de ella agua y humedad; así va a producir esa uva que tiene un leve acento mineral. Hablan con toda naturalidad y no pueden evitar la poesía”. Lo de no pueden evitar la poesía me gusta. Hay algo lindo en lo de la poesía apareciendo, como un efecto aleatorio que desnuda algo. Como algo que aparece, que brota, que para hacerse ver rompe algo. La poesía sucede.
En el texto hablan también de las alcaparras, que llegan a tener raíces de 15 o 16 metros, que aguantan todo, que son inmortales. En los días que estuvimos en Mendoza Sebastián y Julian me preguntaron un par de veces como tengo tiempo para leer tantos newsletter. Ni leo tanto ni tengo tanto tiempo. Pero muchas veces me siento en una pelea por tener tiempo. Escribir acá me hace buscar tiempo para hacerlo. Cuando no lo hago me ayuda a ver que no estoy haciéndome el tiempo para ponerme acá a escribir. Me gustaría contarles a Sebastián y Julián esto de las alcaparras, de las raíces, que me sirve para pensar más sobre, por ejemplo, cómo crecen las cosas. De hasta donde llegan las raíces las raíces de las alcaparras que ponemos en una pizza en Roma. Que a Vicente le gustan las alcaparras y por eso las pusimos en la pizza con hongos. Que esa pizza se llama Amor Invierno. Así, sin de ni en. Que, de alguna manera, una pizza tiene raíces. Esa poesía. La que sucede.
Si lees las etiquetas de los vinos de Sebastián te metes en un mapa. Y si lo escuchas cuando habla sobre ese mapa te metes en un paisaje. Habla de montañas, de pueblos, de fincas y de parajes. Cuando hablo con él sobre esto pienso cómo hacer para que la etiqueta te lleve también al paisaje. Te diga algo más para ubicarte, para hacerte saber. Un vino que compré en España tenía en la etiqueta un mapa dibujado con la mano, era uno de esos mapas que uno hacía en un papel para explicarle a alguien como llegar a un lugar antes de que exista google maps. Era el mapa que habían puesto en una invitación para la boda de una de las hijas de la familia que hacía el vino. Ahí había algo sobre mapa, tierra, lugar y paisaje. Sebastián explica muy bien, qué es cada cosa, que es más pequeño que lo otro, como un zoom sobre un lugar, como esos videos que se hacen ahora con drones que vienen del cielo, entran en una casa, pasan entre las cosas, van al detalle y a la perspectiva. Le explico que yo no lo sabía hasta que me lo explicó y que incluso después de que me lo explicó es probable lo olvide. Pienso cómo hacer para mostrar eso, para que se entienda, para que alguien lo pueda recordar. Qué es un paraje, qué una finca, qué un pueblo.
Sebastián siempre habla de un lugar y su gente también, que un vino es el resultado de todo eso. Vos estas en una gesta por tu lugar, por su reconocimiento, por que ese mapa se reconozca, algo así le digo. Me mira. Me parece que se queda pensando en lo de la gesta.
El vermú salió mal al principio. Las primeras pruebas de macerados daban una bebida muy amarga, sin ningún tipo de atractivo. Buscábamos el amargo y, supimos después, nos perdíamos un montón de cosas. Una de las primeras pruebas que hicimos en Mendoza armamos distintas mezclas de hierbas, distintas bases de vino y distintos tipos de aguardiente. No había más que eso. Armamos todas las opciones posibles y las metimos en unos tanques de acero inoxidable. Creo que Sebastián dijo algo así como “ahora hay que esperar”. Tener que esperar enseña que en un momento no hay mucho más que hacer.
En el último viaje hablando sobre un experimento que estamos haciendo Sebastián dijo hay que meter lo que uno hace en un recipiente y esperar. Y tenerlo. Y ver. Y descubrir. No lo dijo así, pero eso es una manera en que lo puedo explicar. Como que hacer siempre es probar, intentar, lanzar algo al aire sin saber bien cómo va a salir. Y que si sale bien lo tenés, y si no sale bien, aprendes.
Las botellas de La Fuerza se imprimen en serigrafía. Hace poco faltó un pigmento y el proveedor mandó una muestra impresa con la mayor aproximación que había logrado. Ni preguntó, lo mandó nomás. No era nada parecido. Como no tener botellas podía ser un problema y era incierto cuando iba a llegar el pigmento pensé en salir con esa. En contar que era una edición especial. La pintura imperfecta, el color aproximado. Llamarla así. Escribirle una historia real, porque al final era todo cierto. Al final llegó el pigmento, no llegamos a quebrar stock por unos días y no hubo que salir con ninguna botella especial. Para mí había algo poético en que faltara algo, en que tipo que se mandó con un color que no era el original, con hacer de la falta una idea y con contar la verdad y ver que decía la gente. Pero no sucedió. A veces la poesía no sucede.
De vez en cuando encontramos botellas pintadas con errores. Como las de la foto, donde la pasada de un color se imprime bien, pero la de otro color queda desfasada. Todavía están en algún lado, esperando ver qué hacemos. Errores guardados.
Este otoño sumamos un nuevo macerador, que tiene un sistema interno para que las bolsas de hierbas queden girando dentro. Eso permite cuando aún no tiene vino dentro abrir la puerta y meter la cabeza. ¿Vieron lo que es meterse ahí y sentir los aromas? dice Sebastián. Cuando empezamos con La Fuerza Sebastián no conocía mucho sobre vermouth. En realidad ninguno sabía mucho sobre cómo hacerlo. Fue todo un camino de pruebas, experimentación y aprendizaje de más de 2 años. En el camino fuimos probando cientos de hierbas, muchas de ellas que están en Mendoza, que crecen silvestres en la precordillera. Para mí hay algo hermoso en descubrir eso, también en acercarlo a Sebastián.
La persona que sale a buscar la jarilla, la artemisia, el tomillo, la persona que nos enseño sobre las hierbas se llama Horacio. Cuando le pregunté si podía nombrarlo me dijo que no era necesario. Por eso para mí siempre es Horacio y así lo llamo y lo nombro cada vez que cuento cómo hacemos el vermú. El último día del último viaje, con Agustín estábamos yendo caminando hasta el olivar desde la casa, el camino de más de 1km. En el camino, junto a la huerta, nos encontramos a Horacio. Vino a hablarnos sobre los macerados que había hecho, de los experimentos en que estaba. Ya habíamos hablado el día anterior sobre esto, pero parecía que tenía ganas de decir algo más. Dijo varias cosas hasta que sentí que llegó a decir lo que quería: que entendía que nosotros teníamos que pensar en muchas cosas, que muchas de esas cosas él no las entendía, pero que para él lo que teníamos que hacer era probar siempre, hacer experimentos, jugar y divertirnos. Algo así dijo, o al menos eso escuché, o eso oí tal como lo recuerdo. Así terminaron los días en Mendoza: alguien que fue testigo y parte de todo el proyecto diciéndonos que no olvidemos lo importante, al final de la caminata de todos los días, al final del viaje. Recordé que en el trabajo hablamos mucho de hoja de ruta. Ese tipo de mapas que te ayudan a definir donde vas y cuál es el camino. Pensé de nuevo en los mapas y el paisaje. En el camino, en lo que se ve, en lo que se descubre, en lo que uno puede cambiar, en sentir y saber lo que no se ve, en los errores, en lo que cambia, lo que necesita del uno a uno para hacer cualquier cosa. Mapa y paisaje.