Horror
Una silla y los recuerdos en el mercado de pulgas. Fainá con cosas arriba. Hacer cosas, hacer balances. La memoria ponderada.
Ayer vi en el Mercado de Pulgas de Dorrego esta silla. Había otra igual sobre la que estaba sentada una señora que parecía ser la dueña del puesto. No quise sacarle una foto a ella y cuando me di vuelta vi que estaba la otra silla, igual, abierta y libre para poder hacer esta foto sin molestar a nadie. La silla me hizo acordar a los horrores floridos, que eran como llamaban Julio Cortazar y Carol Dunlop a dos sillas plegables que llevaban en el viaje de Paris a Marsella que cuentan en los Autonautas de la cosmopista.
Tuve ese libro, fue un regalo muy especial que me hicieron y lo perdí. Creo que escribí ya sobre esto en estos envíos pero andá a saber en cuál, ya van como 88 con este ejercicio de escribir. No sé donde ni como y cada tanto me acuerdo y me dan ganas de leerlo de nuevo y no quiero comprarlo porque me gustaría leer ese que no está más. Creo que en realidad no quiero leerlo tampoco, no quiero asomarme no tanto al libro como si a cuando lo leí y ese recuerdo. Los libros son el momento en que los leímos y puede ser difícil volver ahí.
La primera vez que hicimos pines para La Fuerza fue con una mujer que creo vino al bar y ofreció su trabajo, o vino y vi que hacía pines, no recuerdo cómo pero sí que cuando me dio su mail, lo que le pedí para hacerle el pedido, me lo dio y era algo así como horrorflorido@algo. Le pregunté si era por las sillas de ese viaje para que me diga que sí, para confirmar algo compartido, para asomarme a mi recuerdo sin tener que meterme ahí.
Sí, era por eso.
Hicimos muchos pines con ella y aunque los hicimos también para vender, regalamos la mayoría. Me gustaba regalarlos cuando entraba alguien a llevarse vermú y justo estaba yo y les podía dar ese algo más para que se lleven.
Cada tanto aparece algo de los horrores floridos, en el medio pasan años o no pasa nada. Recordar es peligroso porque a la vez pone en dimensión el tiempo y lo hace desaparecer. Dónde estaba, qué era, qué buscaba, qué me movía, qué sentía, todo ahí, en una silla, ese horror o no, florido, de recordar todo, junto, en todo el cuerpo.
Hicimos esto en Roma con Flor, la cocinera que también hace la carta de La Fuerza, siguiendo la idea de hacer más cosas con la base de la fainá. Me gusta pensar platos de una carta aunque se poco y nada de cocina. Solo comí mucho y variado varios años. Un poco somos lo que hacemos mucho y variado.
Ponerle cosas arriba a la fainá es la idea, ningún hallazgo. Algo que empezó como un equívoco con la fainazzeta de La Fuerza que hicimos hace como 6 años a partir de algo que recordé de una nota de Fernando Vidal Buzzi en que la destacaba en el menú de un lugar de Buenos Aires.
Esta tiene choclo, queso azul, un picante y otro queso y la servimos por porción o en el tamaño mediano de nuestra pizza que es más grande que una chica. Los que la prueban dicen que les gusta, pero muchos no se animan a probarla y no la piden. Uno de esos problemas que hacen a la vida de un bar o un restaurante: qué hacer con esa distancia. Creo que trabajar en gastronomía es más pensar qué hacer con esas cosas entre lo que haces y lo que la gente viene a buscar. Hacer que prueben, que se animen.
Linda palabra animarse, atreverse pero también darse ánimo.
Me gusta juntarme con personas que hacen cosas. Sí, seguro todo el mundo hace cosas. En dos días diferentes y dos reuniones distintas me gustaron unas cosas que me dijeron. Unos eran unos tipos que llevan adelante una cafetería, la abrieron ellos, crecieron, abrieron más, está muy bueno lo que hacen. Les pregunté que tenían planeado hacer ahora, a futuro, si iban a abrir más o qué.
Uno me dijo que sí, que iban a abrir más seguro, que ellos sabían hacer cosas con el cuerpo y no cosas con la plata. No fue exactamente así, pero así lo registré. Me sirvió para ponerle palabras a esto de las cosas, de este tiempo de hacer plata con plata, algo maravilloso y penoso, algo que es parte de la condición de viabilidad de un montón de cosas, de proyectos, de ideas, de planes. Algo que se metió en todos lados.
Lo mejor igual fue escuchar a alguien con algo tan simple tan claro. Suena a una pelotudez y un poco lo es pero alguien que sabe lo que hace, por qué lo hace y como lo hace es un montón. Es bello también. Ayuda a mirarse y a lo que tenemos alrededor para saber dónde y como estamos porque también somos donde estamos y con quien.
En la otra reunión fue un tipo que es el 1 de una empresa que armó primero su padre y luego el siguió. Hablábamos de los aumentos de diciembre, del de la nafta que le impactaba mucho a él y como se discutía con sus pares si meterle todo el aumento en sus precios.
No importa tanto el detalle ahí, sí que él me dijo que él creía que había que mirar al menos 3 años de los resultados para tomar desiciones, que a veces ganas, a veces perdés y a veces mas o menos las dos, pero que tenés que hacer como una ponderada en al menos 3 años. Linda palabra ponderada, ¿no?
Justo fue en estos días de enero, cierre del diciembre de un año difícil y con mucha incertidumbre por delante. Momento de balances, ese tramite profesional y personal que florece cuando termina el año. 3 años, tal vez más, seguro que hay algo más en la “foto grande” para entender y para sentir. Para saber donde estamos y cómo estamos. Donde estuvimos y donde tenemos ganas de ir.
Entre la memoria florida, los horrores del camino y las ganas de hacer.
Gracias por leer.
hay que sentarse y esperar