Fuego
Los cuentos, los adjetivos, las fotos y el fuego. Un paseo por La Boca y el bicicletero escenógrafo. Las sillas, el arte y Roma.
Este es un camión de bomberos del cuartel de La Boca. El primer cuartel del país, según el señor que encontramos en la puerta. Nos contó que estaba jubilado, que era reserva porque ya no podía ir al frente pero que si lo necesitaban él estaba. Nos dejó entrar y encontramos esta pintura de Benito Quinquela Martín pintada en uno de los camiones. Al lado había otro con los colores de Boca.
Un rato antes había estado con Aurora y Vicente en la casa museo del pintor, habíamos visto la misma pintura pero la foto que hice fue justo de otras donde también el fuego es protagonista que están justo en la pared de enfrente. Me gusta cuando me pasan estas cosas en un recorrido. Como algo que se ha hilvanando, que voy hilvanando en el camino, que me trae la idea de que algo se va contando sin que uno diga nada, antes de venir acá a escribir.
Que la historia se cuenta sola, aunque no sea así, aunque también es así.
Leo un newsletter en el que en un par de los últimos envíos hablan de adjetivar o no cuando se escribe. En realidad sobre adjetivar y la literatura. Citan a alguien que sostiene por qué no adjetivar cuando se hace literatura. Me quedó dando vueltas y ahora que pongo esto y me dan ganas de decir algo del fuego me aparece eso y no se qué decir que no sea un adjetivo.
De mis hijos casi que hablo solo usando adjetivos. Me queda la parte sin adjetivos para el hacer con ellos. El salir a andar, pasear, descubrir, comer, caminar, probar, escuchar, recorrer. Lo que más amo hacer con ellos, donde mejor siento que hago algo por ellos, con ellos.
Este verano quiero que Vicente y Aurora aprendan a andar en bicicleta. Le conté a Agustín, amigo y socio y me dijo que tenía una bici con la que aprendieron sus hijos, que ya no usaban. La fui a buscar y la llevé a arreglar. Una bicicletería que vi abrir hará un año, justo enfrente del jardín de Aurora.
Fui con los chicos antes de llevar la bici, para saber si estaba abierta estos días de enero. Me dijo que sí, le pregunté el nombre y me dijo que se llamaba Merlin. Cuando volví le pregunté algo más sobre el nombre. Me contó una historia de su mamá, su papá y el mago. Esas coincidencias que forman parejas y hacen hijos.
Mientras desarmaba las ruedas le pregunté desde cuando hacía esto.
Ahí me contó su parte de la historia. Merlin es escenógrafo, estudio en Bellas Artes, después en Milan, trabajó en distintos lugares del mundo y viajó mucho cuando trabajó en escenografías para los Club Med. Hasta hacía 10 años no sabía nada de bicicletas pero había decidido bajarse de las giras del club Med. Me habló de su mujer, de cómo se encontraron en un viaje, de un momento en que él y ella se dieron cuenta que esa vida de gira no iba más.
Me habló de Kenia, de Mombasa, su segunda ciudad en importancia y de que a los escenógrafos argentinos los toman en todos lados.
No sabía nada de bicicletas, nunca había pensado en eso. Un día caminando vio una de las estaciones de bicis de la ciudad y se acercó a preguntar cómo era eso y donde las arreglaban. Me dijo que vio algo ahí para hacer y se consiguió un maestro para aprender. El tipo le dijo lo que ya sabía: que no sabía nada y que iba a ser difícil aprender. Y con él empezó. Estaba bien la historia, en el resumen que hizo funcionaba. Seguro hay mil cosas más, pero si una historia resumida funciona es un montón.
En un momento el ritmo del relato cambió. Dijo que se dio cuenta que la bicicleta era una escenografía y ahí sintió que era su lugar. Que la podía armar como quería, que cada una era única, que ahí podía meter mucho de lo que había aprendido. Y que sobre lo que ya sabía podía aprender y hacer mucho más. Cosas nuevas. Ahí sacó unos álbumes de fotos de las bicicletas para que vean las que había hecho.
Después contó que en la esquina hubo unos meses una bicicletería, que vio abrir y cerrar. “Pagaban como 300 lucas de alquiler, para eso tenés que facturar como 1 millón, para eso tenés que vender muchas bicicletas por mes. En la pandemia hubo un boom y eso se podía, ahora no. Las bicicleterías vendes en algunos momentos del año y después sobrevivís con esto, los arreglos y ellos no tenían eso”, me explicó justo antes de encontrar que una goma estaba pinchada porque el pico tiene una parte de metal que se había oxidado y chau, no sirve más.
Dejamos la bici y quedamos en ir a buscarla dos días después, cuando Merlin nos dijo que iba a estar lista. A la noche los chicos le contaron a Caro sobre Merlin.
Al otro día fuimos a la Usina del Arte y la encontramos cerrada. Mientras pensaba qué hacer encontré justo al lado el Museo del Cine que recién abría. En el primer piso había una exposición sobre Maria Luisa Bemberg y antes de subir estaba su nombre escrito en la pared y el nombre de la muestra: Las ideas hay que vivirlas. Vi esto después de ver la muestra, que es muy buena.
Pero lo mejor fue leerlo al final y ese día.
Me hizo volver a pensar en Merlin, su trabajo y su recorrido. Como encontrar una tarea le puede dar sentido a lo que elegiste hasta ahí y a la vez cambiarlo, hacerlo más grande, amplio y mejor. Tener una idea y vivirla.
Hace unos meses se acercó Maga a Roma. Maga es la que está a la derecha de la foto, arrodillada, sonriendo. No la que mira el teléfono. Esa es Silvina Babich. Maga me contó que dentro de un programa de Abasto Cultural habían elegido a una artista para poner en frentes del Abasto 3 esculturas. Esas esculturas son de Silvina, la que en la foto está sacando una foto con el teléfono.
Hablé un día con Silvina, porque quería saber algo más sobre su obra. Me habían dicho que era como un nido que querían poner en la terraza y pensé en un rayo misterioso, hará nido en tu pelo y me pareció divertido para una esquina del Abasto. Ella me contó lo que hacía y cómo lo hacía. Me habló de arte vincular, de cómo se relaciona con comunidades que trabajan el mimbre a la vera de los ríos. La invitamos a contar algo más de lo que hace. Vino varias veces a Roma, una con sus hijos.
Silvina tiene un proyecto en que levanta sillas que encuentra descartadas en la calle y las arregla, en las que se puede, tejiéndoles la esterilla. Luego las vende en internet. Pensé en un bar que tenga todas sillas así. Meter eso en algún lado. Pensé en que Roma podría empezar a cambiar las sillas. Empezar a hacerse de nuevo, una vez más, desde adentro, silla a silla. Ahora que escribo esto recuerdo que restaurar las que tenemos salió más caro que comprar las mismas nuevas.
Siempre los lugares pueden hacerse de nuevo, lo difícil es encontrar cómo y con quien. Algo que tenga sentido.
Como Merlin, como Silvina, como el que decidió pintar ese camión de bomberos.
Gracias por leer.
Un nuevo año acá, este espacio sin mayor sentido que buscar escribiendo.