Elegir
La vida que se elige. Una foto en una pizzería en una película para Roma. Sidra Real, mi abuelo y una vida de aventuras.
El primer recuerdo que tengo de una elección es la del 83 y es de la previa. Yo nací en septiembre del 76 así que tendría 7 años. Hoy Vicente tiene 8 y Aurora 6, casi 7, así que ahora es más fácil pensar en el niño que yo era en ese momento. Los hijos muchas veces son eso.
Mi recuerdo es de mi abuela María Luisa, a la que toda la vida llamamos Tita, llorando y diciendo que si ganaban los peronistas iba a tener que volver a enseñar yo amo a Evita, Evita me ama. Tita hizo varias cosas en su vida, una de ellas, trabajar como maestra rural en el Delta. Otra fue organizar casamientos en su casa de San Fernando cuando mi abuelo, Edin Adonis, a quien siempre llamamos Teté, se quedó sin trabajo. Otra ser telefonista.
Ese llanto era de un recuerdo de esa época y el hecho es real, aunque a partir de eso todo haya sido exageración y drama. Tita exageraba como una manera de hacerse notar, también de enriquecer y adornar un relato. O mejor aún, como una manera de instalarle una emoción. Generar emociones es un talento, instalarlas también. Mi abuela Tita lograba ambas.
Creo que en esas elecciones mis padres votaron a Alfonsin, porque el otro recuerdo que tengo es de ellos contentos con los resultados. Alfonsin aparece también en un recuerdo posterior porque mi mamá le mandó una carta contándole que necesitaban con mi papá un crédito hipotecario para poder arreglar la casa chorizo hecha mierda que compraron en San Fernando con algo de plata que juntaron entre ahorros y ayuda de mis abuelos.
Las elecciones son también eso, como un bueno, te voté, a ver si ahora me ayudas a tener esto. Millones de esto puestos en juego.
La carta tuvo respuesta, creo, firmada por el vocero de Alfonsin. Hace poco me lo crucé a él, Jose Ignacio Lopez, en un bondi y pensé en pararlo y contarle lo de la carta firmada por él. Creo que eso solo hubiera sumado una línea a esta historia mía, bastante insignificante.
Pero al final esto es también eso, ir hilvanando cosas que pasan para darles un sentido y ver si ahí hay alguna emoción, un sentido, algún descubrimiento.
Hace unos meses llegué al archivo de Lumiton por recomendación de Andrés, el marido de Carmen, mi hermana menor. Andrés tiene una editorial con un amigo y socio, es docente de Letras de la UBA y trabaja en producción cultural en la municipalidad de Vicente Lopez. Él me contactó con Adriano, el que lleva adelante todo el proyecto de Lumiton, me escribí varias veces con él, lo invité a juntarnos en Roma pero al final nunca lo hicimos. Yo andaba buscando el póster original de la película Mercado de Abasto para colgar en la pared de Roma.
No conseguí eso pero encontré una foto de una escena de una película en una pizzería. Justo estos días discutimos bastante si Roma era un bar o una pizzeria. Muchas personas entran pensando que es un bar y se decepcionan porque esperan cosas que no servimos, otros piden pastas, porque tal vez piensan que es un restaurant italiano por el nombre, otros vienen ya sabiendo lo que servimos. Yo quiero que sea una pizzería. O un bar pizzería o una pizzería bar. Quiero que sea lo que es en esa película. Me gusta que sea distintas cosas a la vez.
Un poco mi trabajo es contar qué es para que el que lo vea entienda. Saber qué es algo es ordenador de un montón de cosas.
Cuando fui a buscarla en Lumiton, un edificio con un estilo parecido al de otros edificios de la época de oro de Hollywood, había un portero, la mujer con la que coordiné para buscar la foto impresa y otra restaurando este póster original de la película Yo no elegí mi vida. Vi la primera parte de la película de la que encontré la foto y esta escena en la que en una barra sirven 12 san martinis y 12 manhattans.
En una época busqué mucho en archivos escena de bebidas, bares y cócteles en películas argentinas antiguas y algo encontré. Nunca una como esta que ahora encontré buscando otra cosa que no tiene nada que ver. Las cosas que necesitamos muchas veces están ahí, escondidas atrás de las cosas que no queremos, no miramos y no buscamos.
El fin de semana pasado debería haber mandado este correo y nunca llegué a terminar de escribir. Pero el sábado en un club donde juega un campeonato de futbol Vicente me crucé con un pibe que cuando me vio se levanto para saludarme y al principio no reconocí. Era el que me atendía en el Archivo General de la Nación cuando iba a buscar fotos viejas de bares y bebidas.
Lo hice varias veces en distintos momentos. Las primeras fue buscando fotos de pizzerías para poder conocer más de su historia y contarla cuando empezó a crecer la Maratón de la Pizza. Luego fueron otras buscando fotos de bares y bebidas cuando hacíamos la Semana de la Coctelería y para un libro que iba a hacer con Rodo Reich y nunca hicimos.
Las ultimas veces ya hacía nacido Vicente y era más que nada un refugio al que iba alguna hora que me agendaba en el día y en el que terminaba buscando casi cualquier cosa. Entre las primeras visitas y la ultima el AGN paso de darme las fotos en formato físico en cajas a poder verlas en digital. Fernando, el nombre del pie que tarde en recordar, me dijo que ahora estaban en un nuevo edificio en Parque Patricios.
Una de esas últimas veces encontré unas fotos antiguas de Sidra Real, que creo pueden haber sido hechas en el Delta o en San Fernando. Mi abuelo Teté era armador y son sus socios compraban barcos en Europa, los llevaban al caribe, ahí los arreglaban y los traían hasta Buenos Aires. Hicieron esto algunos años. Ese era el negocio principal, el otro era traer y llevar cosas de contrabando en los viajes. En uno de esos viajes llevaron a Aruba miles de botellas de Sidra Real, porque vieron que no existía en esa isla del Caribe y porque la conseguían en San Fernando, el lugar donde vivían.
La aventura terminó mal, pero no tan mal porque cuando llegaron allá la persona a la que se las iban a vender no las quiso, pero negociaron que les pagara igual y había tanta diferencia entre el precio que le habían pasado y el costo que con algo que le sacaron al tipo cubrieron los gastos y ganaron plata igual. Volvieron con el barco lleno de botellas de sidra que se fueron tomando en el camino. No llegaron a terminarlas y las ultimas cajas las tiraron en el Rio de la Plata para que no las descubran cuando revisaran el arco al llegar al puerto.
Todo esto lo supe por uno de los mejores amigos de mi abuelo, él también armador, y con quien compartieron ese y otros viajes y estadías en Aruba. Lo busqué para conocerlo y pude conocer esta historia en un momento en que quería descubrir más de mi abuelo y tenía la fantasía de tener una vida de aventuras. Al final mi aventura es ir escuchando, conectando y contando lo que voy encontrando en el camino. Más modesta, pero la fui encontrando y eligiendo.
En unos días vamos a presentar una sidra con vermú que hicimos junto a Mariana y su madre, las que llevan adelante la Bodega de Sidras Pulku. Son dos distintas, ambas con sidra de manzana, una a la que le agregamos Vermú Rojo y otra Vermú Blanco. La noticia es esa.
Sí, pensé en mi abuelo, Aruba, el barco, el viaje y su aventura. También pensé que cuando empecé a escribir acá hace como dos años me propuse que no sea un espacio en el que iba a venir a contar las cosas que hago. No lo estoy logrando pero peor para mí sería dejar de escribir.
Empecé a escribir acá después de leer muchos envíos del newsletter de Diego Geddes como este que me encantó. Nos conocíamos, poco, de antes, ahora siento que bastante más. Me gusta como escribe, como cuenta cosas de él, lo que hace con lo que le pasa y piensa en palabras. Me gusta conocerlo más leyéndolo. El otro día me escribió para invitarme a comer un sandwich de milanesa y para ver si podía presentar el libro que escribió a partir del newsletter en el bar.
Me gusta ser ese, que me haya escrito para eso, que las cosas que pasan pasen a ser cosas con las que algo hago.
Gracias por leer