En un momento de la película Mitchells vs las máquinas cuenta cuando el padre se despide de su casa en el bosque. La mujer le dice algo así como que debe ser difícil. Él le da un beso a su hija y dice que no, que no es difícil. Que es fácil. Pensé que ese NO es porque lo hace por su hija. Pensé que dejar eso que creía lo que más amaba era por su hija. Pensé que cambiar, cambia por su hija. Pensé que no explicita nada de eso y deja abierto para pensar. Al menos a mí me hizo pensar todo eso. De la casa se lleva un reno de madera, parte de la decoración de la casa. Ese reno se lo regala a su hija y está entre las cosas que ella se lleva cuando va a comenzar la universidad. Pensé que él le da algo de eso que dejó para que en algún momento ella lo descubra. Lo descubra a él, a lo que hizo, a lo que dejó. Somos un poco lo que hacemos, lo que no, lo que elegimos y lo que dejamos en el camino.
Cuando escribí el primer texto de estos envíos al primero que se lo pasé es a un amigo. Ambos trabajamos de periodistas, aunque él lo fue, ambos hemos escrito algún libro, ambos tenemos dos hijxs. Me dijo varias cosas, una de ellas fue que no quería decirle a su hija en algún momento que dejó de escribir cuando ella nació.
Mi amigo Esteban tocó con su banda de tango en el Delta, un día de sol de otoño, en una casa hecha totalmente de madera. En una de esas galerías que siempre son más hermosas en el delta. Dando la espalda al río, o al río del frente, porque en el delta todo es río. Siempre estás rodeado de agua, aunque no la veas. Esteban tocó el piano y fue él que presentó las canciones, la banda, el único que habló de todos los que tocaron. Lo conozco a Esteban desde el día que nací, nuestras madres eran íntimas amigas y crecimos juntos. Es como un hermano, pero cuando lo vi como maestro de ceremonias, le dije a una de sus hermanas que estaba ahí que si tenía que decir tres cosas de Esteban que fueran parte de su personalidad nunca hubiera dicho esa. Pero al mismo tiempo era él, de una manera muy sincera y luminosa. A veces uno mismo recorta a una persona como quiere y no como es.
El último bis que hicieron fue Confesión. No lo conocía, pero me gustó la poesía cuando la escuché. Antes de irme Esteban me contó que era un tango con música de Mariano Mores y letra de Discepolo. Lo que me gustó cuando lo cantaron fue esta parte:
Fui un fracaso
Y en mi caída
Busqué de echarte a un lao
Porque te quise tanto
Tanto, que al rodar
Para salvarte,
Solo supe hacerme odiar
Esteban me contó al otro día que discutieron mucho con la banda si tocarlo o no, porque el tango cuenta que le pega a la mujer, algo que yo no entendí mientras lo escuchaba pero encontré cuando busqué la letra y la leí. Solo pensé en alguien que para alejarse se hace odiar. Pensé en la cobardía, en mi cobardía, en cuando fui cobarde. El tiempo ayuda a construir explicaciones, también a saber que la verdad siempre es más simple que todas ellas.
Cuando escuchas algo que te hace ruido, sirve para pensar, cuando escuchas algo que te parece bello, también. A veces pensar lo segundo es mucho más fuerte y ayuda más a descubrir lo que pensamos y sentimos. Lo que somos.
También pensé algo que escribí así: nadie salva a nadie, que toda huida es por uno y que es imposible escapar. Una oración de esas que parecen escritas para colgar en un cartel. El otro día caminando por el barrio donde vivo, Recoleta, me crucé con una de estas frases:
A veces sentís que encontrás una frase que junta muchas cosas que pensás y sentís, que lo dice de una forma en que cada palabra pesa, que querés que otros lo sepan. Pero siempre es más interesante lo que dicen de uno que lo que significan para otro.
El otro día en el newsletter de Axel Marazzi que recibo me apareció esta frase: “Lo consiguieron porque no sabían que era imposible”. Dice que la frase es de Jean Cocteau. La leí y me apareció un recuerdo profundo y luminoso: la frase escrita en una postal. Esa postal me la regaló en Paris una mujer de la que me enamoré en medio de un viaje. La frase fue un talismán y un desafío. Me ayudó a decidir, me ayudó a elegir, me mostró lo que pude y lo que no, como si hubiera ido rodeando la frase para verla de muchas maneras. De ese viaje y de aprender algo de francés me quedó también la palabra abandonarse, que para mí siempre significo algo así como dejarse llevar. No saber, decidir no saber, obviar la realidad para evitar la posibilidad de que algo que uno quiere no sea posible. Y el plural, porque al final en la frase nadie está solo.
Mi amigo Esteban me contó que se va a hacer una casa en el mismo terreno que tiene su familia en el delta. Ese terreno se llama Las Acacias, tiene una casa de casi 100 años donde paré decenas de veces y a la que fui desde que nací. Incluso mis padres iban desde que estaban de novios. El lugar donde va a construir para nosotros era “la selvita”, un lugar casi impenetrable, al que íbamos con machete como parte de una aventura. Siempre nos metíamos buscando llegar a un río que no sabíamos cuán lejos estaba. Mirábamos el mapa del delta que teníamos en una bandeja de plástico. Nunca llegamos ni a ver donde estaba el río. La casa la va a hacer de barro, alzada sobre la vegetación, sostenida sobre pilotes. El Delta es un poco eso, un lugar donde algunos sueñan cosas en los lugares donde es hasta difícil entrar.
Saco fotos desde chico, aprendí con mi papá, que me regaló mi primera cámara buena. Era una Canon A1 que heredó de su padre. Él la compró en un viaje a Europa que hizo de grande, la única vez que fue, con su mujer, mi abuela Maria Amelia. A mediados de los 90 aprendí a revelar en una especie de conventillo de Tigre, junto a mi amigo Franco, con un amigo de mi mamá de maestro. Años después mi madre empezó a estudiar fotografía y hoy es una de sus pasiones. Ha publicado libros y hecho exhibiciones. Tiene un libro publicado en el que escribe a partir de fotos. Mi viejo me enseño dos cosas: la importancia de la mirada y que para una foto lo menos importante es la cámara. Le encantaba contarme sobre gente que ha hecho fotos increíbles con un sistema armado en una caja. A mí las fotos siempre me ayudaron a escribir. A veces las busco para contar algo, a veces por algo que escribí las busco para que me ayuden a contar. Cuando pensé en la casa de Esteban fui a uno de mis blogs y encontré esta foto que está arriba, la saqué hace muchos años. Recordé que vi algo poético, triste y frío en esta imagen. Recordé el momento en que la hice y hoy se que todo era un poco así aunque intentará estar alegre. Todo era despedida. Por suerte también encontré algo que escribí, en otro momento, pero me ayudó a decir después de tantos años lo que me trae ese recuerdo:
Las postales te repiten, helada en el paisaje. En algún lugar
un guía lleva en puntas de pie a los que te caminan el cuerpo,
a los que aman crecer en tu espalda. Los llevan
hasta ese lugar de la memoria en que hasta las fotos son inofensivas,
en que las fotos son la memoria. Antes de volver a escribir
le doy vuelta la cara a mis palabras. Les arranco
la brillantina que les pegó el amor. Las acaricio
como a esos peces que deja en la arena el mar.
Creo que esta vez van a decir lo que yo quiero.
Temo que esta vez digan lo que yo quiero. Cada tanto
un trueno recuerda que el hielo cae,
un cartel que a veces también mata. El lago a mis pies
dónde es que termina todo.
En al jardín de infantes Aurora jugó una semana al circo. A ella le tocó el mimo, o la mima. Cuando mostró lo que había aprendido me di cuenta que hacia el gesto de quien toca un vidrio imaginario con sus manos pero no sabía lo que estaba haciendo. Solo imitaba un gesto y para ella ser mimo era solo no hablar. Imitaba pero no entendía. O entendía otra cosa. En la misma semana en la plaza que está a unos metros del jardín de Aurora me crucé un mimo. En una mesa tenía unas botellas de plástico con etiquetas que imitaban las del Vermouth Cinzano. Lo miré, le hice una foto y me preguntó por qué lo hacía, le conté que había trabajado mucho para Cinzano y me dijo que estaba abierto a propuestas comerciales. Es bueno que cuando los mimos hablan sean sinceros.
A la semana volví a la plaza y estaba el mismo mimo, presentando un show. Y estaban las botellas. Tenía acento castellano de España, lo que me hizo pensar en qué hacía acá. Como si estar acá fuera un error. Antes de hacer el que dijo era el número final de su show habló unos minutos sobre pasar la gorra, lo que significaba y le puso un número a lo que esperaba que pongan. Nunca había escuchado alguien que pase la gorra y lo explicite así. Hasta le puso una referencia, pidió por lo menos $300 y pidió piensen lo que sale una entrada al teatro o al cine, dijo que era más o menos lo que salía un 1/4 de helado en este barrio. Me hizo pensar que tenía claro no solo lo que hacía sino también donde estaba: una plaza en el corazón de Recoleta. Fueron unos 4 o 5 minutos largos, en los que me sentí incómodo. El tipo le ponía precio a su trabajo, en una plaza, frente a grandes y niños. Hablaba de plato, de lo que valía lo que hace, de lo que esperaba como retribución, de la plata de los demás. Recordé que en el show en el delta, sentí que no eran lo suficientemente efusivos con contar que todos podían poner plata y todo era a la gorra, le comenté a Paul, el marido de María Paz, mi amiga que ese era el rol clave, el que pedía la plata, que sin alguien que haga bien su trabajo seguro se perdían juntar más plata. No me puso incómodo decir eso. Me costó escucharlo.
La foto del mimo con las falsas botellas de Vermouth se la compartí a un amigo con el que trabajamos juntos con Cinzano. Sacar fotos también me sirve para compartir un momento, algo que miro, con alguien con el que quiero hablar. Lo mismo que hago acá.
Cuando empezamos a hacer La Fuerza probamos todos los vermouth que encontramos. Muchos eran los que conocíamos, entre esos Cinzano, fue parte de mi día a día por más de 8 años. En esos años investigué sobre su historia, rastree botellas antiguas, conseguí varias, abrí todas. Todas las botellas que conseguí las llevé a la oficina de la empresa y las dejé ahí. Se deben haber perdido, como se fue perdiendo todo lo de Cinzano durante toda su historia en Argentina. Yo estuve ahí un tiempo, junto a algunas personas que nos importaba rescatamos bastante, descubrimos mucho, construimos algo y casi todos nos terminamos yendo. En los dos años que hicimos pruebas para hacer La Fuerza empezamos buscando que se parezca a los que conocíamos. Nunca lo logramos. En algún momento dejamos de buscar parecer y encontramos que lo que teníamos podía ser un camino distinto. Lo conseguimos, cuando descubrimos que imitar algo nos era imposible. Lo conseguimos, cuando cambiamos la forma de mirar lo que hacíamos.
Los Domingos de Futbol. Cuando vas por unos quesos a la tienda cercana. Pedis un salamin picado fino. Caminas a ti casa. Cortas los quesos calentas pan de ayer el salamin lo cortas a medida lo vas comiendo. Hay quienes les gusta quitar la piel a cada rodaja individualmente. Otros prefieren pelarlo todo de una vez.
Exprimo los pomelos frios del refri. Hielo. Y y cinzano. Ahi esta la receta. Solo faltan los amigos. Los mártires del compas y el periódico en lo que sucede un domingo en camara lenta.
Qie recuerdos bonitos traes a mi memoria Martin. Gracias por estas lecturas tan bonitas. Llenas de sentimientos y aventuras.
😉